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Cuando Miguel Primo de Rivera publica su manifiesto el 13 de septiembre de 1923, Miguel de Unamuno es el primero en oponerse al Directorio militar hasta finales de enero de 1930. Emprende entonces una lucha despiadada en contra del general Severiano Martínez Anido, encargado de mantener el orden público, y también en contra del rey Alfonso XIII, cuya actitud ambigua denuncia. Esta dictadura, pronto calificada de 'tiranía' por sus opositores, monopoliza todos los poderes gracias a una censura férrea y una constante propaganda; además, se beneficia del asentimiento más o menos general del pueblo español. Contra Primo de Rivera se alza, al lado de Unamuno, un grupo de hombres determinados -entre ellos Vicente Blasco Ibáñez y la figura demasiado olvidada de Eduardo Ortega y Gasset, cuyo papel es esencial para llevar a cabo la resistencia-. A primera vista, parece increíble que haya durado tantos años este combate, cuyo final victorioso se debe evidentemente a otros factores aparte de la tenaz resistencia de un conjunto reducido de exiliados: despertar progresivo de los españoles, creación de redes y núcleos de oposición por todo el país, acción decisiva de los estudiantes a partir de 1929, problemas financieros de la dictadura, motines cívico-militares, etc. Por lo demás, los hechos y dichos de Unamuno durante los años de exilio nos revelan que, si bien se ha convertido en la figura emblemática de la resistencia a la tiranía, su combate matiza la imagen de un hombre solitario, individualista e incapaz de adherirse a una acción solidaria, ya que durante todos esos años comparte con otros exiliados republicanos los valores de libertad, justicia y fraternidad.