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A veces unos versos, leídos en la juventud, te acompañan toda la vida; o leídos en la madurez, te permiten entender la noche ya lejana de tu juventud. A muchos les ha ocurrido con este poema. Dicen que Kipling lo escribió para enseñarle a vivir a su hijo. También dicen que le inspiraron las virtudes y las decisiones vitales de un amigo, una suerte de estoico guerrillero a la británica. Es probable que los grandes del estoicismo de ahora y siempre —Marco Aurelio, Montaigne, Thoreau— lo hubieran leído y releído. Habla sobre la fortaleza, la templanza, la perseverancia, la paciencia y la presencia. Ésta no es la primera edición en castellano de este poema, pero seguramente es la más bella.