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Las prosas de La madre de los aires buscan descifrar el corazón de la memoria, a través de una cartografía de sílabas que trata de apresar los espacios y tiempos del origen, la melodía de la niñez. Como también las huellas de los seres del amor y los de la precariedad. Son prosas que aspiran a configurar un territorio marcado por la fascinación y por el misterio, por la dicha y por la gracia, por el hechizo que surge de la experiencia con los seres y las cosas. La naturaleza —otra de las claves de la obra— aparece imantada por una intensidad paradisíaca, capaz de transfigurar el alma y el corazón de quienes la han habitado y han existido bajo su hechizo. En La madre de los aires, lo sensorial se alía con lo espiritual, gracias a un lenguaje vibrante y luminoso, que trasciende, exalta y transfigura lo vivido, con el fin de situarlo en otra dimensión de verdad y sentido, de belleza y de dicha.