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"La sangre tan solo es sangre", sentencia Ana Castro (Pozoblanco, Córdoba, 1990) en éste, su segundo poemario, en el que también se adentra en el dolor. En este caso, en la herencia familiar adquirida para tratar de deshacerse de "Esta culpa zarza que arde y me quema" (Piedad Bonnett). No resulta fácil emprender esta "Odisea", ese viaje para dejar atrás tanta guerra doméstica, y llegar finalmente a otra tierra. Allí, los vínculos que se entretejen son una decisión propia y están llenos de luz - incluso, hay espacio para el amor-. Esto implica la redefinición del concepto de familia y el renacimiento de una misma cual "cierva implacable", superviviente a toda adversidad. El lenguaje empleado resulta subversivo para la mezcla de influencias, desde la tradición más clásica a la estética pop del cine, la música o el cómic, sin perder de vista que las raíces residen en ese espacio rural del cual brotaron. Así, "La cierva implacable" es una apuesta lírica valiente, crítica y feroz, extremadamente honesta, que conecta con "El cuadro del dolor" (Renacimiento, 2017) en su simbolismo, para constatar la solidez y madurez de la voz poética de su autora.