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Estaba deseosa de subir al claro, así que no esperé mucho. Hacía tiempo ya que no iba por ese camino. Todo era igual y nada era lo mismo. Las jaras se caían derrumbadas hacia los lados del camino, la mayoría grisáceas ya. En medio de aquello, en el borde tras el cual empieza a descender el valle, un pequeño mirador secreto, estaba la antigua cabaña del abuelo. Me sorprendió ver que todavía quedaban vestigios. Un círculo de piedras. En mis primeras visitas apenas pude hacer nada aparte de mirar. Poco a poco aquel paisaje se me fue metiendo por el cuerpo. Durante varias largas mañanas me dediqué a recoger ramas secas y llevarlas junto al círculo de piedras. Las ramas se enganchaban unas a otras como si se abrazaran. Empecé a advertir lo que estaba apareciendo. Una guarida. En todo ese tiempo yo iba escribiendo un cuaderno y anotaba todas las cosas que sucedían. Hablaba del miedo que pasaba estando en ese paisaje tantas horas, sola, en silencio. Luego hablaba del recogimiento que sentía cuando empecé a meterme en la guarida. También algunos poemas empezaron a aparecer bajo el título de Mi paese salva