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Emilio Herrera Linares (Granada, 13 de febrero de 1879-Ginebra, 13 de septiembre de 1967) fue uno de los personajes más singulares de la aeronáutica militar y la ciencia de la España del siglo XX, llegando a vivir —y en algunos casos, protagonizar— acontecimientos históricos relevantes de la historia contemporánea de España: las campañas de Marruecos, la dictadura de Miguel Primo de Rivera, la abdicación de Alfonso XIII, la proclamación de la II República y la Guerra Civil, en la que perdió a un hijo y cuyo final le condujo al exilio. En su autobiografía asoman personajes civiles y militares, españoles y extranjeros, que desde un amplio abanico social e ideológico jugaron un notable papel en su vida: P. Vives, A. Kindelán, L. Torres Quevedo, Alfonso XIII, A. Einstein, J. Fernández Duro, H. Guggenheim, E. Terradas, el Infante de Orleáns, L. Breguet, J. Ortiz-Echagüe, H. Eckener, A. Piccard, I. Prieto, J. de la Cierva, los hermanos Franco, C. de Haya, E. Moles y H. Thomas, entre otros. Aunque Herrera obtuvo un curriculum absolutamente extraordinario, sus memorias nos muestran a un autor discreto y humilde que no realza sus logros. Siendo ingeniero militar fue piloto de globo, dirigible y aeroplano miembro de la primera promoción de pilotos militares y tripulante de globos en ascensiones aerostáticas nacionales e internacionales deportivas y científicas; se convirtió en el primer piloto que cruzó el estrecho de Gibraltar en avión, participó en la construcción y diseño del Laboratorio Aerodinámico de Cuatro Vientos (germen del actual Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial, INTA) y fundador de la Escuela Superior de Aerotecnia (futuro embrión de la ingeniería aeroespacial española). Después de haber sido delegado español en las primeras convenciones aéreas internacionales (CINA, CIANA), se convirtió en miembro de la Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, representó a España en la Conferencia de Desarme de la Sociedad de Naciones, proyectó una ascensión estratosférica con una escafandra de su invención (considerada por la NASA como el primer traje espacial) y en la Guerra Civil ascendió al empleo de general de las Fuerzas Aéreas de la República. Durante su exilio en Francia combinó una fructífera actividad científica en la Office National d’Études et de Recherches Aérospatiales (ONERA) y la UNESCO como consultor sobre temas de física nuclear, pero no abandonó su compromiso político con el gobierno de la República en el exilio, en el que desempeñó brevemente el cargo de Presidencia del Gobierno y el de Ministro de Asuntos Militares sin cartera hasta su muerte. En su autobiografía, Herrera decidió dejar un ameno testimonio de su vida, evitando el protagonismo y la narración de grandes gestas, prefiriendo la anécdota y el humor a la solemnidad, sin hacer un especial énfasis en el progreso científico que transformó el mundo; en ningún momento muestra una visión épica de la guerra, ni se recrea en la amargura de su tragedia familiar y el exilio. Este ilustre granadino hizo frente a los embates de su destino con gran dignidad y todos los que le conocieron coinciden a la hora de señalar que nos legó unos valores que no se pueden medir, pesar o comprar. En la lápida de su tumba se inscribió: “No lo lloréis, imitadlo”.