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Verano de 1900. Un enigmático joven, vestido llamativamente a la rusa, se instala en la colonia de artistas de Worpswede, cerca de Bremen. Es Rainer Maria Rilke, que se ha consagrado a su poesía como a una religión. A su alrededor orbitan, en una danza de talentos desiguales, la genial pintora Paula Modersohn-Becker y la escultora Clara Westhoff, a quien Rilke se unirá en un brevísimo matrimonio. También, una figura algo menos carismática, narrador en la sombra de esta historia: el pintor y fundador de la colonia, Heinrich Vogeler, que pretende plasmar en un lienzo titulado Concierto la magia de sus amigos. Concierto sin poeta es el retrato de un tiempo suspendido entre el romanticismo tardío y la modernidad en el que arte y vida quieren sellar un pacto imposible: el diletante vive su éxito social como un fracaso artístico, el anacoreta sirve a su arte caiga quien caiga, la pintora resiste en un mundo que quiere reducirla a musa silente. Pero en un sentido más universal ésta es una novela acerca de la fugacidad de los afectos: el fin de la admiración y el enfriamiento de las amistades. Klaus Modick combina con una rara maestría la ligereza del detalle –a la manera de un pintor que debe captar rápidamente su tema del natural– con la sagacidad del crítico que enfrenta a los artistas con sus contradicciones, y logra recrear la mítica comunidad de Worpswede sin caer en el fetichismo literario. Así pues, nos hallamos ante un libro de múltiples ecos, cuidadoso en su reconstrucción de un mundo desaparecido que aún resuena en nuestro presente.