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«Conservo recuerdos de todas mis fotografías, todas ellas conforman la urdimbre de mi vida y a veces, por supuesto, se hacen señas unas a otras a lo largo de los años. Se responden, dialogan, tejen secretos». Artista luminoso, tierno y generoso, a través de más de cincuenta fotografías acompañadas de sus propios textos, el gran fotógrafo humanista Willy Ronis esboza su semblanza. A los noventa y seis años, su memoria es impecable: rememora cada instante, cada cambio de la luz; lo acompañamos en sus viajes, en sus paseos por las calles de París, por las orillas del Marne o por un pequeño pueblo del sur de Francia, donde vivió unos años con su familia. Aquel día es un autorretrato al estilo del Me acuerdo de Perec. Sus fotografías son momentos detenidos de la vida, pero también la narración del día en el que se tomaron o el relato que se esconde tras las personas que en ellas aparecen. En todas partes, en un rostro, en la sombra de una pareja detrás de una cortina, en el trote alegre de un niño, en un paso de baile, en una multitud o en una escalera en Montmartre una mañana de invierno, nos regala una historia, una escena, un poema. A través de estos breves fragmentos de cotidianidad, Ronis explora su ser más íntimo, su talento como fotógrafo y como narrador, pero también consigue embarcarnos en un viaje a la memoria colectiva de todo un país. Un pequeño tesoro que nos muestra los bastidores de la inspiración y el entusiasmo de un artista apasionado que comparte con nosotros su mirada deslumbrante. «Nunca he perseguido lo inusual, lo extraordinario, lo nunca visto, sino lo más sencillo de nuestra existencia diaria, en cualquier lugar donde me encuentre… Lo importante para mí es la búsqueda sincera y apasionada de la belleza modesta de la vida cotidiana». Willy Ronis